And if
you think I’m just some dog who’s gonna keep coming back, then you’re wrong.
But if you want true love, then this is it. This is real life- it’s not
perfect, but it’s real. And if you can’t see it, then you’re blind. Alright, I
give up.
En alguna mesa en algún lugar del
Peloponeso en el verano de 2013, con estas palabras Jesse reconquistó a Céline.
Con palabras muy parecidas, en alguna mesa en algún lugar de Buenos Aires en algún
verano anterior, yo terminé de perderte para siempre. Porque vos también te
rendiste. Será que no sos como Céline, que no te interesa el amor verdadero.
Porque de eso sí que podés estar bien segura: nadie en esta puta vida te va a
amar jamás como te amé yo.
¿Y qué sentido tiene decirte esto,
ahora? Ninguno, seguramente. No si otra vez voy a poner a la razón moderando el
discurso para ver si sale algo lindo, meditado, que en el eventual caso de que
lo llegues a leer no te haga enojar. Será cuestión de probar con la
alternativa, entonces:
Escritura libre. Eso. Escribir sin pensar.
Dejar que el texto fluya solo, a ver qué sale de todo esto. La temática es
bastante obvia: vos; vos y yo, nuestra historia, yo, cómo me veo, qué siento a
partir de eso. El whisky y los cigarrillos para ayudarme a soltarme. Para ver
si te puedo escribir todo lo que siempre quise y nunca pude. Para ver si
realmente tengo algo de todo eso para decir. Porque en el fondo en estas
palabras estoy haciendo lo mismo, estoy buscando excusas para no arrancar, para
empezar a decir algo pero no decirlo, y quizás es simplemente porque no tengo
nada para decirte. O sea, creo que ya te dije todo lo que tenía para decir, lo
que en su momento me guardé para no herirte y hoy ya no tiene sentido porque
mis palabras no te llegan. Y es eso: mis palabras que no llegan. Esta tarde
hablaba sobre el valor de la escritura, es decir, el valor que genera en el
sistema-mundo, y cómo éste está dado por las ventas y las críticas (fuentes de
futuras ventas, idealmente al menos). Y creo que no legué a decirlo, pero sí
pensarlo, cuando el escritor valora la lectura de sus escritos no está
valorando el mero hecho de que haya alguien leyendo, sino el hecho de que esa
lectura deje una impresión en ese alguien, que le genere una reacción. En mi
caso, hay una sola persona que quiero que me lea: vos. Y sé que no me vas a
leer, o que leerme no te va a generar nada más que una pequeña incomodidad.
Probablemente lo primero. ¿Y entonces qué sentido tiene escribirte?
Pero necesito desbloquear mi escritura,
porque quiero volver a esa época en que todavía creía en algo, cuando todavía
creía que podía escribir. Que mi escritura podía generar en otros. Ahora no sé
si lo creo, pero sé que evidentemente no me interesa. Antes sí. Antes creía en
escribir. Antes creía en el amor, también. Después de vos, ya no. Quizás ésa
sea una de las cosas que más me duelen: en el momento en que se inscribió esa
primera duda, ahí, se terminó de caer para siempre ese pilar máximo que
sostenía toda mi vida. Menos por tu persona que por el amor en sí. En esa época
pensaba que podía ser feliz, y que podía construir esa felicidad en torno a las
emociones que me podía generar la relación con un otro. Después de vos ya no
puedo creer en eso. O no con la firmeza con lo que lo hacía hasta entonces. Por
el miedo al dolor, pero sobre todo por finalmente darme de cara contra la pared
y tener la evidencia de que no basta con darlo todo. Porque en última instancia
no se trata de haber estado respetando mis ideales al momento de toparme con un
límite, sino de simple y finalmente entender que ese límite es inútil cuando,
de hecho, es necesaria la voluntad de otro para poder llegar al cometido. No
hay tácticas para hacer que me ames si no me amás. Como mucho te quedará una
imagen, pero no yo; es decir, no la imagen que yo tengo de mí mismo, que yo
quiero que ames porque así siento que soy yo. En el fondo no soy más que esto,
unas cuantas palabras medio inconexas y sobre todo pelotudas, porque obvio que
no vas a leer esto. En fin. Escribo.
¿Y qué escribo? Eso que puse unos
renglones más arriba: nadie en esta puta vida jamás te va a amar como te amé
yo. Eso tenélo en claro. Y fue amor de renuncia y de abnegación. Fue amor de
entrega total. Fue amor de locura, de desesperarme. Fue amor de muerte. Porque
en ese darlo todo, ese todo se fue y de este lado no quedó nada, sino la
sombría y eterna duda en el Amor. La imposibilidad de volver a creer, o de
hacerlo plenamente, sin reservas. Ahora sólo me queda la voluntad de creer, y
ni siquiera. Me queda el miedo. Tengo miedo. Será por eso que no amo, que no me
entrego. Que no busco. Estoy regalado, de hecho, pero el problema es que nadie
me quiere. Porque hago todo lo posible para mostrarme no-querible, al menos en
el sentido amoroso. Evito toda posibilidad de lo que sea. Cuando siento que hay
un potencial, alguna irreverencia inconsciente lo interpreta como un riesgo, un
peligro. Y me voy. O no. Me quedo. Me quedo y alejo al otro. ¿Habré hecho lo
mismo con vos? Yo creo que no. Estoy seguro de que no. Porque ahí fui, fui
hasta más no poder. Crucé el punto de no retorno. Esto ya lo escribí.
Ya escribí tantas cosas, y ninguna que
logre conmoverte. Piedad, eso es lo que quiero en este momento. No te pido
amor, no te pido que me ames: ya es demasiado tarde para eso. Lo único que
pretendía de vos era que me tuvieras algo de piedad, que me dejaras encaminar
mi luto, que me dieras el espacio para una última palabra. Mi vida entró en
crisis después de la última vez que hablamos. No lo supe entonces pero lo sé
ahora. Lo único que te estaba pidiendo era la oportunidad de verte una última
vez con la consciencia de que iba a ser la última, para poder decirte adiós y
cerrar esta historia. “Poder decir adiós es crecer” cantaba Cerati, y eso era
lo único que pretendía yo de esto. Decir adiós. Decir Adiós Para Siempre. O por
qué te creés que lo último que (te) escribí se titulaba “APS V0.5”? Era una
versión preliminar del adiós, un escrito en el que trataba de despedirme antes
del adiós verdadero, ése que únicamente se puede decir mirando al otro a los
ojos. Yo quería mirarte a los ojos una última vez, guardar el tesoro de esa
imagen bajo siete candados sabiendo que era el fin, que la historia no sólo
estaba escrita, sino que además había concluido. Ahora no lo voy a saber nunca.
Ahora nunca voy a poder ponerle fin.
De algún modo, nunca le iba a poder
poner fin porque ya sabía yo que te amo para siempre. Y ya sé yo que nunca más
te voy a ver. Pero al menos tenía la oportunidad de decirte esas cosas que ya
nunca te voy a decir, porque quedaron para siempre sepultadas en mí, vivas,
rasqueteando el ataúd desde adentro, sofocadas, agonizantes y absolutamente
desesperadas. Cuando me muera y me autopsien ahí van a estar, todavía tratando
de salir, con una terrible mueca de horror impresa en la cara y en todo el
cuerpo. A las heridas que nunca van a cerrar les tuve que agregar este rencor
que finalmente entendí que va a ser eterno. Eterno, como el amor que sé que
tengo por vos. “El corazón tiene razones que la razón no entiende” escuché
alguna vez, aunque ahora sospecho que más bien se trata de que el corazón nunca
va a entender las razones cuando lo que tuvo fue tan intenso. Por primera y
única vez en mi vida fui feliz. ¿Cómo superar eso? “Siendo feliz de nuevo”,
dirá alguno. Imposible. Ya perdí esa capacidad, porque, como te dije hace algunas
líneas, ya no creo en el amor. Ya no creo en nada, o al menos en nada que tenga
menos de 40% de alcohol. No tendremos París, pero al menos sí tendremos siempre
el whisky.
Y eso es terrible. Porque fue con y
gracias a vos que me transformé en bebedor de whisky. Ahora cada vez que me
sirvo una medida de un single malt pienso en vos y la botella que teníamos
escondida en el placard. Quizás no la botella, quizás no estrictamente pensar,
pero sí aparece una breve imagen, casi imperceptible, de vos y mi felicidad.
Quizás por eso vuelvo al whisky. Es lo único material que me queda de esos
momentos de felicidad. Todo lo demás es recuerdo, es nostalgia, es fantasía. Yo
tengo siempre el whisky, pero el plural que usé antes es la peor falacia de la
historia. Vos lo tendrás, pero no conmigo, no asociado a mí. No sé qué carajo
tendrás asociado a mí, salvo las cosas que nunca me devolviste y ya ni me
interesa recuperar. Creo que las quería como una excusa para ese adiós, pero
nunca llegó, y ahora ya es tarde, demasiado tarde.