12.5.06

En defensa del suicida

Suicidarse es algo tedioso. Parece sencillo, siempre dicen que son los débiles o los cobardes quienes se suicidan. Pero no. Es una tarea extremadamente complicada, realizable por sólo aquellos que disponen de un gran coraje.
Generalmente, a la hora de tomar una decisión de cierta relevancia, las personas tenemos la tendencia a consultar con algún pariente, algún amigo, algún profesional: pedimos opiniones, las comparamos, las contrastamos, y luego decidimos. Está más que claro que un suicida no va por la vida preguntándole a la gente "¿le parece bien que me mate?" o "¿cuál cree usted que es la forma más correcta de suicidarse?". No, claro que no lo hace. Los "suicidas" que hacen eso son unos cobardes y terminan siempre escapando a la muerte, ayudados por alguna droga, algún amigo o algún hospicio; un verdadero suicida, en cambio, transita en completa soledad el recorrido. Luego de tomada la decisión de matarse, el suicida debe superar otra prueba: debe suicidarse solo, sin ayuda de nadie (bien sabido es que el suicidio asistido no es otra cosa que un homicidio encubierto).
Recapitulando: tenemos a un solitario suicida encerrado en un cuarto, que además de no haber podido realizar consultas al momento de decidir suicidarse tampoco está acompañado ahora para quitarse la vida: llegó solo hasta aquí, y solo seguirá su camino hacia la muerte: tenemos al suicida una vez más demostrándonos su valor, no en su determinación y capacidad de actuar solitariamente, sino al matarse: el suicida efectivamente muere, lo que significa que, además de tomar una importantísima decisión y obrar sin la ayuda de nadie, lo hace bien, cumple con su objetivo: el suicida ya está muerto y ha demostrado ser un hombre fuerte y valiente al que ni siquiera la muerte pudo hacer recular.

Aquellos "suicidas" que no cumplieron correctamente con el último paso, esos sí, son unos cobardes.