Cinco años. No cambió nada. Villa del Parque sigue igual, con las mismas casas, los mismos negocios. La misma gente, también. El café me lo trajo el mozo de siempre. Y está quemado, como es habitual. Seguro que no te resulta sorprendente. Tampoco novedoso. Seguramente estuviste sentada varias veces en esta mesa durante los últimos cinco años. Pero yo no. Tenía quince la última vez que vine. Ahora veinte. Y me sorprende. No cambió nada. Cinco años, y Villa del Parque sigue igual. Es como viajar en el tiempo.
A los quince años las cosas no se piensan. Uno se transformó de alguna manera en una máquina de libido, y no hay sublimación deportiva ni artística que alcance. A los quince, lo único que se puede hacer es seguir el ritmo de las hormonas. Yo tenía quince años, y a vos te faltaban un par de meses. Hablábamos, hablábamos mucho, pero las palabras estaban por completo vacías: la atención estaba puesta en el lenguaje de las miradas, los gestos, alguna sonrisa medio escondida, y la infalible mordida de labio, cada vez que alabábamos algún cuadro o alguna canción queríamos en realidad decir “qué ganas de cogerte que tengo”. Y después, por fin, venía la descarga: un beso, y otro, y la cama que nos estaba esperando. Un sexo salvaje, casi animal. Pura pasión por la carne. Puro instinto. Cogíamos. Nunca hicimos el amor. Mucho soma y nada de psyché. Y así estábamos bien.
Un día cumpliste quince, y te ofendiste porque me demoré en una reunión con mis amigos y llegué demasiado tarde a tu encuentro. Vos no estabas, y yo me lamentaba el haber partido antes de que llegara el asado. Estaba muerto de hambre, y me fui con la carne en la parrilla. Tampoco tuve tu carne esa noche, pero por suerte encontré un Gold Label cuando llegué a mi casa. Ni se me ocurrió llamarte. Al día siguiente hablamos. Y cogimos. Nada de psyché, pero además de eso, muy poco soma. Yo estaba fumando, y a vos se te ensombreció la cara. Seguías ofendida. Me fui. En mi casa todavía quedaba un poco de whisky. Ni se me ocurrió llamarte.
Tenías quince años, y yo iba a cumplir dieciséis. Nunca volvimos a hablar. Me crucé un par de veces con tu hermana. Tomamos algunas cervezas recordando viejas borracheras. Me dijo algo de vos, que ya ni me acuerdo. No me importaba. Acordamos volver a vernos, pero nunca llamé. No me acordaba el teléfono. Quizás, nunca lo supe.
Tenías catorce, con tus piernas largas y perfectas en primer plano. Sonreías. Ya ni me acordaba de que tenía esa foto. La encontré ayer. Y recordé todo. Recuerdo. Una sensación extraña. Esa noche salí con Cecilia. Un sexo salvaje, casi animal. Yo no paraba de gritar tu nombre.