Quiero decirte algo, y no sé qué. Quiero, verdaderamente quiero, porque a cada instante de silencio se eterniza tu dolor y el mío, cada vistazo a tus ojos llorosos es en los míos una lágrima, que es el cuerpo y el alma que juntos se van, porque no nos movemos ni decimos ni gritamos y
te fuiste. Con el corazón roto, te fuiste. Al final tenía razón Freud: el tren aleja a mi amigo, y el celular te trae a este pelotudo que te caga la noche. Y lo peor es que el pelotudo no tiene la culpa, es hombre y celoso y pelotudo, como somos todos, y quién no se preocuparía si su novia fueras vos, mujer bellísima y aún más inteligente, sociable, sonriente, bien dispuesta, y resulta que te vas a mil kilómetros de distancia, a rodearte de vaya uno a saber quién y en una de ésas quién te dice que
No lo cagás. Es una obviedad eso. No se lastima a quien se quiere, y vos lo amás, más que a nadie ni nada, más que a todo, lo amás. Lo amás, como nadie nunca amó, aunque todos seamos humanos y podamos enamorarnos y amar, en el fondo, sabés que nunca nadie amó como vos, nunca nadie amó tanto, y
¿qué te puedo decir? ¿Qué te podría haber dicho cuando todavía estabas? ¿Qué te importa a vos si es hombre, celoso o pelotudo? ¿Qué te importa a vos más que el aparatito de mierda que transforma el amor en una escenita pelotuda y un quiebre y la tristeza y desolación? Qué me importa a mí, si no hay nada que pueda decirte, nada que pueda hacerse entender, si ésta es una historia de sentimientos y para sentir hace falta la presencia, y vos te fuiste y yo estoy solo con mis cigarrillos.