13.1.08

No lo aguanto más. No lo aguanto, pero no lo puedo evitar. Ese impulso maldito que me surge, inagotable, que no es más que el irrefrenable deseo de ultrajar su blancura, violentarla, violar su virginidad con cualquier elemento que inscriba mi marca en ella, sentir cómo se resiste a mis ataques, pero sentir también su roce sensual en mis manos, sentir que de a poco comienza a dejarme obrar, el momento en que deja de ser una violación porque ella inicia su goce, y entonces mi mano se vuelve sensual, estimulante, la va llenando de a poco, presionando cada vez más, de modo de poder escuchar su murmullo producto de ese dolor placentero que con mi instrumento le ejerzo, y es ahí donde soy escritor y soy hombre, donde el falo es absolutamente mío para utilizarlo contra la hoja que se entrega, y claro que es una relación sensual y una relación sexual, en la que desde mi mano todo mi cuerpo es sexo y la posee, infinita y crecientemente, en cada palabra, tachadura o garabato, en cada violenta arremetida conra su cuerpo desvirgado, en cada suavidad de caricia que mis dedos le imprimen, y nos vamos elevando, ella cada vez más llena, yo vaciándome en una eyaculación de esto que ya fue escrito, hace mucho, de esto que alguna vez leí y ahora me desprendo, dejo por siempre grabado en el cuerpo de la hoja que nunca más podrá ser virgen e inocente, me quedo yo con su inocencia, la uso para confesarme y quedar libre de pecado, blanquear mi conciencia, para que queden olvidadas todas mis lecturas y mis escritos, vuelvo a ser niño, virgen e inocente, asexuado, justo allí donde la hoja alcanza su pequeña gran muerte, cuando se llena y acaba, cuando ya no me queda más por escribir.

9.1.08

Quiero decirte algo, y no sé qué. Quiero, verdaderamente quiero, porque a cada instante de silencio se eterniza tu dolor y el mío, cada vistazo a tus ojos llorosos es en los míos una lágrima, que es el cuerpo y el alma que juntos se van, porque no nos movemos ni decimos ni gritamos y
te fuiste. Con el corazón roto, te fuiste. Al final tenía razón Freud: el tren aleja a mi amigo, y el celular te trae a este pelotudo que te caga la noche. Y lo peor es que el pelotudo no tiene la culpa, es hombre y celoso y pelotudo, como somos todos, y quién no se preocuparía si su novia fueras vos, mujer bellísima y aún más inteligente, sociable, sonriente, bien dispuesta, y resulta que te vas a mil kilómetros de distancia, a rodearte de vaya uno a saber quién y en una de ésas quién te dice que
No lo cagás. Es una obviedad eso. No se lastima a quien se quiere, y vos lo amás, más que a nadie ni nada, más que a todo, lo amás. Lo amás, como nadie nunca amó, aunque todos seamos humanos y podamos enamorarnos y amar, en el fondo, sabés que nunca nadie amó como vos, nunca nadie amó tanto, y
¿qué te puedo decir? ¿Qué te podría haber dicho cuando todavía estabas? ¿Qué te importa a vos si es hombre, celoso o pelotudo? ¿Qué te importa a vos más que el aparatito de mierda que transforma el amor en una escenita pelotuda y un quiebre y la tristeza y desolación? Qué me importa a mí, si no hay nada que pueda decirte, nada que pueda hacerse entender, si ésta es una historia de sentimientos y para sentir hace falta la presencia, y vos te fuiste y yo estoy solo con mis cigarrillos.