2.8.08

Todo empezó aquella tarde de verano. Tenía yo quince años, y mientras fumaba un pucho en la puerta del edificio vi llegar un auto seguido por un camión de mudanza. Del auto bajó una pareja cincuentona, seguida por sus dos hijos: ella una hermosa rubia veinteañera, flaquita, metro sesenta y cinco, una sonrisa inquietante y unos deliciosos ojos color miel, él alrededor del metro setenta y ocho, diecisiete o quizás dieciocho años, pelo corto castaño casi cobrizo, una espalda con largas jornadas de trabajo en el gimnasio, su mirada era azul y profunda, como ese aire de seriedad que transmitía la rectitud de sus labios. El padre, con su bigote ya canoso y una boina salida de otro planeta, se dirigió a los empleados de la mudadora para darle algunas indicaciones, y luego tocó el timbre del encargado del edificio. Las dos mujeres charlaban, luego de encender sendos Virginia Slims. Mientras yo contemplaba con una cierta curiosidad la escena, con la misma seguridad con que bajó del auto, el hijo se acercó a mí. Su voz, tan grave como su mirada, emitió las palabras mágicas: “Me llamo Juan, soy tu vecino del octavo ‘c’”.

2 comentarios:

Manuel Duré dijo...

Está bueno, pero no se puede decir mucho teniendo tan poco desarrollo. Igual, si no me equivoco, tendrías que separarlo, por lo menos, en dos párrafos.

Todo empezó aquella tarde de verano. Tenía yo quince años, y mientras fumaba un pucho en la puerta del edificio vi llegar un auto seguido por un camión de mudanza.
Del auto bajó una pareja cincuentona, seguida por sus dos hijos: ella una hermosa rubia veinteañera, flaquita, metro sesenta y cinco, una sonrisa inquietante y unos deliciosos ojos color miel, él alrededor del metro setenta y ocho, diecisiete o quizás dieciocho años, pelo corto castaño casi cobrizo, una espalda con largas jornadas de trabajo en el gimnasio, su mirada era azul y profunda, como ese aire de seriedad que transmitía la rectitud de sus labios.
El padre, con su bigote ya canoso y una boina salida de otro planeta, se dirigió a los empleados de la mudadora para darle algunas indicaciones, y luego tocó el timbre del encargado del edificio. Las dos mujeres charlaban, luego de encender sendos Virginia Slims.
Mientras yo contemplaba con una cierta curiosidad la escena, con la misma seguridad con que bajó del auto, el hijo se acercó a mí. Su voz, tan grave como su mirada, emitió las palabras mágicas: “Me llamo Juan, soy tu vecino del octavo ‘c’”.

Creo que así quedaría mejor, pero es solo una opinión.

Anónimo dijo...

el post anterior se merece ser campeón.

pensé que podría decir algo más agudo barra interesante barra audaz pero "semerecesercampeón" creo que es lo bastante consistente en su economía.