Hola. Hace tres años que estoy tratando de escribir esto. Y todavía no puedo. Pero hoy lo voy a intentar. Me voy a obligar. Escribir esto, para poder volver a escribir. Para ponerle un mentiroso punto final al asunto, a otro de tantos capítulos de mi vida que nunca cierran. ¿Y por qué éste? Porque es el más intenso, en todos los sentidos posibles, lo que obviamente quiere decir que también es el que más duele. Por eso, con diez años de demora, lo voy a intentar. Me voy a obligar.
Claro, estoy teniendo el mismo problema de siempre: no sé por dónde empezar. La historia es larga y conocida (al menos para nosotros dos), y complicada por demás- mucho sentido no tiene hacer un ejercicio de narrativa. ¿Pero cómo hacer, entonces, para darle sentido a esto que tengo adentro y no sé cómo soltar? ¿Cómo transformar en palabras, cómo hacer forma esto que no se quiere salir?
Y, otra vez, me estoy repitiendo. El mismo discursito pelotudo de siempre. Pero acá es distinto, porque el sentir es distinto. Y sobre todo fue el hacer. Quizás no en cuanto a la esencia, de acuerdo, pero ¿no era que las estructuras no cambian? Y sin embargo esta vez fui mucho más lejos. Me la jugué mucho más. Acaso no lo suficiente. Acaso más de lo debido. Esas respuestas están de tu lado, y quizás yo no las tenga nunca, o mañana. Lo primero suena más plausible.
Pero, ¿acaso importa todo eso? Yo creo que no. En última instancia, en el fondo, termina siendo lo mismo de siempre: la mirada de los otros. De todos, de algunos, de cualquiera. Mientras estuvimos juntos, poco me importó- pero cuando se rompió la burbuja, cuando tuve que darme vuelta y mirar para atrás, tratar de seguir caminando erguido, ¿cuál fue nuestra historia? ¿Qué verdad hubo en todo eso, qué hice yo, cómo me paro frente al mundo? Están los hechos, está tu verdad, está mi visión: en ninguna salgo indemne. No la puedo jugar de víctima sin transformarme en victimario, aún cuando no le falte ni traicione a la realidad. Y sabés que ése es un rol que detesto, que siempre voy a hacer todo lo que pueda por evitar. Siempre lo supiste. La culpa y la responsabilidad son mías aunque vos hayas tirado la piedra. ¿O fui yo? ¿Importa acaso?
Son tres años. Y cinco, y diez. También fue medio. Qué importa cuánto. Duró lo que duré duro. Y me caí. Me quebré. Porque la voluntad es infinita, pero el cuerpo tiene un límite. Todavía no aprendí eso, a pesar de que año tras año los hechos me lo pongan en plena evidencia. Pero qué importa. Fui hasta el límite de mi humanidad, o un poquito más quizás. Dejé la dignidad en el camino, vaya a saber uno dónde. Cuando me di cuenta de que capaz me convenía volver a buscarla ya era demasiado tarde, estaba completamente perdida. ¿Qué importa? No lo sé. En ese momento, no importó un carajo. Yo seguí para adelante, hasta despedazarme por completo y dejar yendo sólo un soplo de voluntad, casi a la deriva. Y qué importa.
Hoy vuelvo sobre mis pasos. Sobre esta historia, sobre todas mi historias. Sobre toda mi historia. Sobre todo, mi historia- que te tiene como protagonista, que me tiene como narrador. Casi voyeur, ahí al ladito tuyo mirándote, cuando me tendría que haber preocupado por estar más en el centro. That’s me in the spotlight? No, no: that’s me in the corner. Entonces, pero sobre todo ahora, cuando estoy perdiendo mi religión, mis creencias, en este humilde y egocéntrico, megalómano acto de escritura queriendo dejar para siempre atrás todo lo que alguna vez, toda vez, me motivó al mundo y la vida. Hoy más que nunca me vuelvo ateo, hereje, a-gnóstico, sin-gnosis, como un niño, un tonto, o un loco. Hoy, sobre todo, me vuelvo loco.
Te amo. Ése va a seguir siendo el axioma, más que nada por una cuestión de autoevidencia e incontrovertibilidad. Pero también es una piedra, una carga muerta sobre la espalda, una declaración fútil y estéril. Te amo, ¿y con eso qué? Ya no tengo cuerpo (cara mucho menos) para ir y hacer algo al respecto. Te amo, y voy a vivir con eso para toda la vida. No tu “para toda la vida”, que en cuestión de meses fue pretérito imperfecto y unos meses más tarde silencio. De este lado, la cosa es más bien “hasta que la muerte nos separe”- o, más bien, hasta que mi muerte te aparte de mi alma. El plural no tiene sentido cuando tu sentir y el mío caminan tan distanciados. Yo todavía, a pesar de todo, sobre todo, te amo.
Te amo, y otra vez estoy repitiendo una fórmula, pasada y pisada. Reformulada, y como toda reformulación (de las que tienen algún mérito, claro), tiene lugar únicamente porque trae consigo algo nuevo. Como que te pienso todos los días, siento las primaveras y los hijos que nunca vamos a tener, los miro con nostalgia, tienen tanto de vos que no pueden menos que ser hermosos. Y entonces se esfuman, o me desdibujo yo, o él, o vos, o ella, qué sé yo, vos viste cómo es esto de los sueños difuminados y fundiéndose, de un modo casi cinematográfico, fundido a negro, silencio. ¿Fin? Hace rato dejó de haber finalidad en ello, pero te amo.
Y te extraño. Extraño tus besos, tus abrazos. Extraño tu sexo. Sobre todo, extraño tu sonrisa. Extraño generarla, acompañarla, sentirla. Extraño nuestra vida juntos, todo lo que hay de vos en mí, todo lo que hubo de mí en vos. ¿Quedará algo? ¿Lo material, aunque sea? ¿O ya ni eso? ¿Habrás tirado, quemado, empeñado mis cosas? Hasta me gustaría recuperar algunas, un poco las extraño. Pero sobre todo extraño tener el sentir a flor de piel, cuando mis palabras eran eso y no este discurso centrado en mí mismo, esta autovictimización ridícula, el querer dar lástima, el darme lástima antes que asumir la herida del ego. Porque en el fondo eso. Soy yo, mi imagen de yo, la imagen de mi yo. La mirada de los otros. La tuya. No sé cómo pararme ante tus ojos. Te extraño, quiero verte, quiero que me veas. Y no sé qué quiero que veas, o qué tenés para ver, si es que acaso hay algo. Un poco de humo, un sueño no soñado por alguien, por nadie. Ya lo escribieron y ya lo escribí. En el fondo es eso. La mirada de los otros, yo, mi identidad. Por una vez en la vida supe quién era, quién era para siempre, y con vos se me fue toda posibilidad de realizarlo. Entonces te lloro y te extraño, te amo, pero no te olvido porque eso implicaría borrar de mi imaginario lo que en la realidad ya hace rato que desapareció, y entonces el interrogante, la incógnita, el pánico a volver a emprender una nueva búsqueda, acaso fútil, acaso frustrada, acaso ambas. Acaso ninguna.
¿Qué sentido buscar, si la locación del objeto buscado ya es harto conocida? Es sólo acercarse y tomarlo, tan fácil como eso. Tan difícil. Porque “siempre” significa para mí siempre, eso, que para siempre, te amo. Esa piedra que me llevaré a mi lecho de muerte, y que acaso me sirva para encontrarte en otra vida, tomar un café, tal vez empezar con la reminiscencia, improbablemente encontrarnos en Montauk. Charlar sobre nuestras vidas pasadas, devolverle la paz a mi corazón y al tuyo, si es que aún no la tiene, y renacer, volver a la más temprana inocencia de nuestra amistad. O más bien inventarla. Hasta entonces, te amo. Hasta entonces.
1 comentario:
Excelente.
Publicar un comentario