10.12.09

[fr]. II

Hasta ese momento sólo había visto el jardín y la cocina, pero el resto de la casa me era aún desconocido. Debo decir que merece un párrafo aparte. La construcción databa probablemente de la década del 30 o del 40, pero había sido severamente refaccionada. El ancho del terreno andaría entre los 8 y 10 metros, habíamos entrado por lo que originalmente era la puerta al típico pasillo de las casas chorizo, ahora única puerta de acceso peatonal; aunque el frente de la fachada había sido alterado para construir una cochera, permanecía completamente armónico. Evidentemente, la tarea había sido encargada a un arquitecto con buen ojo. La cochera tenía una salida al pasillo, por la que entramos para encontrarnos con un reluciente New Beetle, propiedad de los hermanos, aunque sólo lo usaba Mauro porque a Paula le aterraba el tránsito porteño. Se lo habían regalado los padres cuando ella sacó el registro, antes de eso la cochera había estado vacía durante años porque la madre nunca manejó y el viejo (así llamaba Paula a su sexagenario progenitor) había decidido no hacerlo más después de un accidente que tuvo a mediados de los noventa y que por poco le cuesta la vida. Extraña coincidencia ésa, mi viejo murió cuando yo tenía 5 y él volvía de un viaje de negocios en Rosario, aparentemente manejaba a más de 150 kilómetros por hora y no pudo esquivar a un camión que venía en dirección opuesta y se cruzó de carril por vaya uno a saber qué motivo. Es aún al día de hoy que no he visto ninguna foto del accidente, lo lloré mucho cuando mamá me contó que había muerto y con el correr de los años me fue dando detalles, pasándome algún que otro recorte de diario, pero siempre sin imágenes. Probablemente, yo haría lo mismo con un chico chiquito, sé que entonces pataleé mucho porque quería ver cómo había sido el fin de mi padre, pero una colisión frontal a tal velocidad debe ser una imagen muy desagradable, el auto vuelto un montón de hierros retorcidos y quizás llameantes, además parece que mi viejo no tenía el cinturón puesto así que mejor ni imaginarme cómo quedó el cuerpo estrellado contra la parrilla del camión (animal muerto a la parrilla, ¿cómo es que yo sí puedo comer asados?), parece que el camionero tampoco llevaba el cinturón porque su cadáver yacía tendido a unos 50 metros de los restos de los vehículos, seguramente el lugar era un mar de sangre y los dos cuerpos completamente desfigurados, ¿quién en su sano juicio mostraría esas imágenes a un niño? Pero el padre de Paula se había salvado, él sí tenía el cinturón puesto y el airbag le salvó la cara, sólo sufrió algunos cortes menores, un par de huesos rotos y la destrucción total de su amado 323. Afortunado el tipo, parece que no solía usar el cinturón de seguridad pero las campañas de Luchemos por la vida habían prendido en su familia que lo obligó a adoptar la costumbre (sorprendentemente, las campañas ésas han tenido alguna otra utilidad más que el que yo recuerde que todas tomamos, pero Paula... iba manejando...).

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